lunes, 27 de enero de 2014

Odio admitir que tienen razón.

Eres mi dolor de cabeza favorito, mi mejor pesadilla y un cielo nublado en verano. Te odio tanto como te amo, y no puedo vivir contigo pero tampoco sin ti. Eres el antídoto al veneno que tú me das, mi más destructiva adicción y mi enemigo más querido. Estoy deseando que vuelvas a ser otro estudiante más en Salamanca para llorar todo lo que te voy a echar de menos mientras aprendo a caminar sola. Siempre pensé que eras para mí pero cada día estoy más segura de que me equivocaba, estás destruyéndome poco a poco. Miento. Soy yo quien se destruye intentando que tú no te destruyas. Y la razón por la que no corto el hilo ahora que me he dado cuenta de la situación es porque no podría, me moriría antes de ser yo la que pusiera fin a esto. Necesito un motivo externo e inevitable que se interponga entre los dos y nos obligue a seguir caminos diferentes. 
Sólo de pensar en el final ya siento los ojos empañados y me entran ganas de fundirme en un eterno abrazo contigo, pero debo ser fuerte porque sé que es lo correcto. Sé que me echarás de menos de vez en cuando, pero yo te echaré de menos día y noche. Creíamos que lo nuestro había durado menos de lo que está durando, pero no es así. Aún no se han derretido los peces de hielo del whiskey on the rocks que somos nosotros. Entre tanto, aquí sigo, mendigando cariño de tus días fríos y recibiéndolo sin pedirlo de tus días alegres. Yo por ti me corté las alas, pero eso no significa que no pueda aprender a volar todavía.

lunes, 20 de enero de 2014

2012, invierno.



Me acuerdo de besos.
Besos que saben a perfume.
Perfume de mi cuello que se aferró a tu lengua
para después volver a mí por la puerta de mis labios.

La brisa del mar, el frío.
Tú y yo abrazados, refugiados de un mundo que hiela;
tu boca me habla de Nietzsche y de Marx.

Soy pequeña, muy pequeña, pero sentirte me hace grande.
Quererte era perfecto cuando te quería querer.