Hace poco llegué a una conclusión, y es que una de las peores cosas que nos podían pasar a los soñadores es que la ciencia avanzara hasta donde ha llegado hoy en día. Los descubrimientos de miles y millones de galaxias nuevas, cada una con miles y millones de planetas y estrellas de tamaños inimaginables para nosotros, nos están haciendo comprender que no somos en absoluto tan importantes como nos creíamos. Cuando somos pequeños nos reímos de lo diminutos que son esos destellos en el cielo nocturno y sin embargo, al crecer y aprender, tenemos que afrontar que no sólo somos motas de polvo frente a esos astros gigantes sino que, además, tampoco brillamos. Por cierto, hablando de mirar al cielo, yo nunca he sido una persona que sintiera mucha curiosidad por hacerlo por instinto propio ni nada de eso. Son muy pocas noches las que me ha dado por apuntar la mirada hacia arriba para asegurarme de que las estrellas seguían ahí, aunque cada vez lo hago más. Será que siempre había dado por hecho que en cualquier momento que mirase iban a encontrarse ahí arriba, pero ahora que voy creciendo y desaprendiendo lo aprendido no me fío de nada y tengo que comprobarlo por mí misma.
Retomando el tema inicial, si para mí fue muy triste asumir que no era nadie para el resto de seres humanos, más triste lo fue aceptar que los seres humanos no eran nada frente al universo en el que vivimos. Es algo que le quita mucha importancia a todo, que me hace creer por primera vez en el azar y me arranca de cuajo las ganas de seguir soñando. ¿Para qué crear si no va a ser apreciado, y si es apreciado no va a servir de nada? Tal era mi frustración al hundirme en aquel tema que no podía comprender cómo un sentimiento tan grande cabía dentro de una cabeza tan pequeña. Y entonces se me aclararon las ideas y volví a soñar durante un momento. Somos minúsculos pero también son minúsculas las células y aún más los átomos, y quizá para la estrella Betelgeuse no seamos ni un granito de arena, pero en comparación con una bacteria cualquiera somos descomunalmente enormes. Recordé el relativismo y saqué la cabeza a respirar tras haberme estado ahogando en mis propios pensamientos. Será que todo depende del ojo que lo mire, porque yo como soñadora me niego a aceptar que el más fuerte sentimiento humano o la más bella creación artística que haya nacido en la Tierra sean cosas tan carentes de sentido o importancia. Al fin y al cabo, y hasta que otras formas de vida inteligente prueben lo contrario, dar relevancia o no a las cosas es algo meramente humano y es imposible hablar de ello queriendo tener un punto de vista como desde el exterior. Así pues, desde la opinión humana está claro que lo más significativo para nosotros somos nosotros.
Y una vez hube desatado ese nudo existencial de entre los muchos que tengo formados en mi cabeza, pude respirar tranquila. Sé que lo único que había hecho era darme a mí misma una respuesta bonita y tranquilizadora ante algo que no se podía resolver, al menos no con una cabecita tan pequeña como la mía, pero me dio igual. A pesar de que lo que más me convence hoy día es una forma de pensar tirando hacia el nihilismo, me di cuenta de que las personas necesitan algo en lo que creer para no hundirse en la locura. El día que no tolere más respuestas optimistas para tapar mis vacíos existenciales y acepte tragar con la cruda realidad de la absoluta incertidumbre, espero que el manicomio en el que me encerréis no sea desagradable en exceso.