Hace poco llegué a una conclusión, y es que una de las peores cosas que nos podían pasar a los soñadores es que la ciencia avanzara hasta donde ha llegado hoy en día. Los descubrimientos de miles y millones de galaxias nuevas, cada una con miles y millones de planetas y estrellas de tamaños inimaginables para nosotros, nos están haciendo comprender que no somos en absoluto tan importantes como nos creíamos. Cuando somos pequeños nos reímos de lo diminutos que son esos destellos en el cielo nocturno y sin embargo, al crecer y aprender, tenemos que afrontar que no sólo somos motas de polvo frente a esos astros gigantes sino que, además, tampoco brillamos. Por cierto, hablando de mirar al cielo, yo nunca he sido una persona que sintiera mucha curiosidad por hacerlo por instinto propio ni nada de eso. Son muy pocas noches las que me ha dado por apuntar la mirada hacia arriba para asegurarme de que las estrellas seguían ahí, aunque cada vez lo hago más. Será que siempre había dado por hecho que en cualquier momento que mirase iban a encontrarse ahí arriba, pero ahora que voy creciendo y desaprendiendo lo aprendido no me fío de nada y tengo que comprobarlo por mí misma.

Y una vez hube desatado ese nudo existencial de entre los muchos que tengo formados en mi cabeza, pude respirar tranquila. Sé que lo único que había hecho era darme a mí misma una respuesta bonita y tranquilizadora ante algo que no se podía resolver, al menos no con una cabecita tan pequeña como la mía, pero me dio igual. A pesar de que lo que más me convence hoy día es una forma de pensar tirando hacia el nihilismo, me di cuenta de que las personas necesitan algo en lo que creer para no hundirse en la locura. El día que no tolere más respuestas optimistas para tapar mis vacíos existenciales y acepte tragar con la cruda realidad de la absoluta incertidumbre, espero que el manicomio en el que me encerréis no sea desagradable en exceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario