Me acaricia el suave calor que emana el mismo sol que un día iluminó a Aristóteles, a Napoleón, a Mussolini y a Marilyn Monroe. La brisa me revuelve el pelo y desearía poder embotellar el olor del desierto para poder usarlo de perfume todos los días. Para que, cuando te perdieras en mi cuello, te acordaras del día en el que recorrimos la autopista sin un destino fijo, solos tú y yo. La libertad era nuestra bandera y nuestro himno era Ventura Highway sonando desde la radio de tu Cadillac decapotable del mismo color que tus ojos, azul claro. Contigo, todos los veranos eran el verano del amor.
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