Me aterraba más contagiarme de madurez que de cualquier enfermedad, y cada día voy notando cómo va entrando poco a poco en mí.
Voy a contaros una cosa.
Desde niña he sido una soñadora y siempre he querido estar en lo más alto. Una de mis mayores motivaciones para no abandonar mis locos sueños y perseguirlos ante todo, era mi madre. Y no precisamente porque ella me apoyara o por nada positivo, mi motivación residía en no convertirme en ella cuando creciera.

Pero resulta que hace poco me di cuenta de que mi madre lleva un tiempo aprendiendo a bailar rock and roll y swing, y ha arrastrado a mi padre a eso. Van a festivales a bailar, a conciertos, o incluso en medio de la calle. A mi madre le gusta de vez en cuando poner la música a todo volumen y ponerse a ensayar los pasos en el salón, y hay ocasiones en las que me llama para que note su progreso. Desde luego la veo más feliz que nunca bailando agarrada a mi padre y estrenando sus vestidos nuevos.
Puede que mi madre nunca llegara a ser una famosa bailarina de ballet, pero parece que ha encontrado algo que la llena mucho más.
Ahí hay una valiosa lección de la que siento que debería aprender, y tened por seguro que lo voy a hacer.
(
Ah, y le he pedido a mi madre que me enseñe a bailar, seguro que eso la hace más feliz todavía.)
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