Me aterraba más contagiarme de madurez que de cualquier enfermedad, y cada día voy notando cómo va entrando poco a poco en mí.
Voy a contaros una cosa.
Desde niña he sido una soñadora y siempre he querido estar en lo más alto. Una de mis mayores motivaciones para no abandonar mis locos sueños y perseguirlos ante todo, era mi madre. Y no precisamente porque ella me apoyara o por nada positivo, mi motivación residía en no convertirme en ella cuando creciera.
Está horrible decir eso, la verdad, pero tiene explicación. Mi madre cuando era niña bailaba ballet y le encantaba. Podría haber sido una gran bailarina, pero por cosas del destino mis abuelos la sacaron de la academia y no pudo seguir mejorando. Desde entonces y desde que tengo memoria de ella, he percibido cómo miraba con tristeza a cada grupo de ballet que salía en la televisión, diciendo "yo podía haber sido una de ellas...". A mí esa escena me horrorizaba, yo no quería acabar con 40 años sintiéndome igual cuando viera algún músico importante dando algún concierto.
Pero resulta que hace poco me di cuenta de que mi madre lleva un tiempo aprendiendo a bailar rock and roll y swing, y ha arrastrado a mi padre a eso. Van a festivales a bailar, a conciertos, o incluso en medio de la calle. A mi madre le gusta de vez en cuando poner la música a todo volumen y ponerse a ensayar los pasos en el salón, y hay ocasiones en las que me llama para que note su progreso. Desde luego la veo más feliz que nunca bailando agarrada a mi padre y estrenando sus vestidos nuevos.
Puede que mi madre nunca llegara a ser una famosa bailarina de ballet, pero parece que ha encontrado algo que la llena mucho más.
Ahí hay una valiosa lección de la que siento que debería aprender, y tened por seguro que lo voy a hacer.
(
Ah, y le he pedido a mi madre que me enseñe a bailar, seguro que eso la hace más feliz todavía.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario